Noches blancas y cielos estrellados

La Copa del Mundo en Brasil y los sobresaltos internacionales de la insurrección
La Copa del Mundo no es cuestión de fútbol. Si un país es candidato para la organización de este evento es porque el fútbol cumple hoy en día la misma función que los espectáculos de gladiadores en la Roma antigua e, igualmente, porque es una ocasión inesperada para el Estado organizador de hacer avanzar a pasos de gigante su desarrollo económico y su influencia política. La Copa tiene unos costes monstruosos aunque, vistos como inversiones, prometen casi seguro ser muy jugosos. Brasil, considerado como una de las grandes potencias económicas mundiales, cuenta con subir algún peldaño más organizando la Copa y los Juegos Olímpicos.
La Copa del Mundo es también un proyecto del Poder para refrenar las tensiones sociales y dar el espectáculo que idolatran. Para las entidades estatales y los intereses económicos, es una ocasión para crear las condiciones que permitan abrir nuevos mercados, para cerrarle el pico a ciertas resistencias y para realizar un salto cualitativo en la ocupación del territorio y en la explotación capitalista. Es en la gran-misa moderna del Estado y del Capital donde la arrogancia del Poder se exhibe en el espectáculo de los estadios, de las masas que berrean, de las pantallas, de las emisiones en directo y del orgullo nacional.
La concesión de la organización de la Copa del Mundo 2014 al Estado brasileño ha significado una intensificación inmediata y sistemática de la militarización de la gestión de la “paz social”. Creadas según el modelo de las tristemente famosas “operaciones de pacificación”, han visto la luz nuevas unidades policiales, las Unidades de Polícia Pacificadora (UPP), implantadas desde 2008 en decenas de barrios difíciles y de favelas de Río de Janeiro. En nombre de la guerra contra el tráfico de drogas, el Estado ha retomado de forma militar el control de los barrios. En el espacio de cuatro años, según las cifras oficiales, sólo en Río de Janeiro, más de 5500 personas habrían sido asesinadas por la policía. En los barrios de los que se ha echado a las bandas de traficantes, los paramilitares hacen y deshacen a su antojo.
Pero, evidentemente, la Copa del Mundo no tiene como único aspecto los uniformes. Por una cantidad que supera los 3500 millones de dólares, se han construido estadios en lugares estratégicos de las ciudades. Han expulsado a la gente de las favelas, que han sido arrasadas para construir nuevos barrios de clase media, centros comerciales, hoteles de lujo y acondicionamientos para las playas. Se han reformado y asegurado los ejes de transporte; se han construido o reconstruido aeropuertos, puertos y redes eléctricas. En Río de Janeiro se ha expulsado a 250000 personas de sus viviendas para hacer sitio para los proyectos de construcción ligados a la Copa del Mundo de 2014 y a los Juegos Olímpicos de 2016. La Justicia brasileña no ha ocultado sus intenciones sobre sus planes para el futuro de todos estos estadios que no servirán en su mayoría más que para acoger algún que otro partido: se están realizando estudios para examinar como los nuevos estadios de Manaos, Brasilia, Cuiabá y Natal se podrían transformar en cárceles.
La Copa del Mundo es, pues, una operación de purificación social. El Estado y el Capital se deshacen de los indeseables, de esas capas de población que se han hecho superfluas en la circulación de mercancías y que sólo pueden convertirse en fuentes de problemas. Sin embargo sería un error considerar esta operación como una “excepción” que las democracias legitiman mediante la Copa del Mundo: se trata claramente de una restructuración, de una intensificación del control social y de la explotación. Copa del Mundo o crisis, guerra o reconstrucción, desastres naturales o urgencias… el Poder nos hace destellar “situaciones excepcionales” que de hecho son el mismo corazón del progreso capitalista y estatal.
La gran-misa de la Copa del Mundo abre todos los mercados imaginables. Y esto no sólo concierne a la especulación inmobiliaria o a la industria de la seguridad. Desde hace meses, lxs campesinxs señalan que hay camiones llenos de cocaína yendo y viniendo desde Colombia para responder a las “necesidades” de los tres millones de turistas que están esperando. Igual que durante la Copa del Mundo en África del Sur de 2010, la prostitución se desarrollará de forma vertiginosa. En las obras de los estadios, donde numerosos obreros inmigrantes curran en condiciones particularmente duras, las empresas los aprietan para conseguir llegar a tiempo. Sin olvidar las diferentes fracciones del Poder en Brasil que negocian y cierran acuerdos con el gobierno: bandas de traficantes que se ocupan del trabajo sucio de expulsar a la gente que se resiste demasiado a los programas de urbanización, mientras las empresas emplean a paramilitares para asegurar la seguridad en las obras y aplastar las huelgas o las protestas a golpe de chantaje y de asesinato.
Pero la noticia no es todo este horror. La noticia es que en junio de 2013, Brasil estuvo en llamas durante casi un mes. Lo que comenzó como un movimiento contra la subida del precio de los billetes de autobús se convirtió en una revuelta incontrolada y generalizada contra el Poder. Después de ese mes de revuelta, sigue habiendo conflictos en torno a las expulsiones, las resistencias contra los planes de austeridad, de protestas contra los asesinatos policiales, o incluso disturbios antipatrióticos como los que tuvieron lugar durante la fiesta nacional del 7 de septiembre, etc., que han degenerado y escapado al control de la mediación política clásica. Estos últimos meses, ha nacido en Brasil una imaginación social que mañana podría incendiar de nuevo las calles.
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Mientras, en Siria, el Poder y sus ostentores intentan frenar la oleada de sublevaciones y de revueltas que están contaminando cada vez más regiones del mundo ahogándola en un baño de sangre; mientras, en Grecia, la población se ve abrumada y aterrorizada hasta que borren la memoria de la insurrección de diciembre de 2008; mientras, en Ucrania, un levantamiento popular se ve pisoteado por el juego macabro entre diferentes facciones del Poder; mientras, en Egipto, Turquía, Bosnia, Libia, etc., el orden parece reorganizarse y restablecerse, la Copa del Mundo en Brasil se presenta como un intento de recubrir con una capa de plomo las contradicciones sociales que atraviesan toda América Latina.
Todo tomando distintas formas según los contextos y las condiciones, por todas partes del mundo se está llevando a cabo una restructuración del Capital y del Estado. Las fronteras nacionales se muestran más que nunca como lo que siempre han sido: rejas y muros para gcontener la revuelta potencial de los desheredados. No es, pues, casual que frente a la manifiesta contaminación entre las diferentes revueltas de los últimos años – una contaminación que no está tan basada en condiciones similares, sino más bien en una nueva imaginación no-mediada de la posibilidad de levantarse, de otra forma de vida – el Estado juega con el nacionalismo y los sentimientos reaccionarios: desde los movimientos fascistas en ascenso en el continente europeo hasta la renovación del patriotismo en los países que han conocido “primaveras árabes”, del anti-imperialismo con dos pelotas de antiguos dirigentes como Chávez hasta la fiebre por los equipos nacionales de fútbol.
Pero en vez de seguir detallando los movimientos internacionales de la reacción, inclinémonos más bien a los de la revuelta y a las posibilidades que abren. Durante la revuelta de junio de 2013 en Brasil, los insurgentes gritaban: “después de Grecia, después de Turquía, ¡ahora le toca a Brasil!” Las revueltas que hemos conocido en los últimos años han entreabierto la puerta para acabar con el aquí y el allí. Las uniones entre los diferentes Estados nacionales en materia de represión se han reforzado con una velocidad vertiginosa, pero esto no nos debería sorprender ni asustar. Vista la inestabilidad social creciente y la mezcla total de las economías y de los sistemas estatales, nos podemos imaginar que si pasa algo en alguna parte, también podría tener sus consecuencias en otro lado. Y este movimiento ya está en acción en la imaginación misma, este suelo particularmente fértil para la revuelta. Ahora se trata de introducir esta imaginación también en nuestros proyectos de lucha y de aprovechar las ocasiones que se presentan.
No existe la ciencia de la insurrección. Muchos ejemplos recientes – desde los disturbios de Londres en 2011 a los levantamientos en el mundo árabe – nos muestran el carácter imprevisible de la insurrección. Los pretextos pueden ser incluso muy “banales”. Aunque esta imprevisibilidad no debería empujarnos a una posición de espera de la “próxima vez” en cualquier parte del mundo; esta afirma más bien la necesidad de la conflictividad permanente, de la preparación de las ideas y de los actos. Sólo así podremos esperar no encontrarnos desprovistos en tales momentos: poco importa en qué parte del planeta estemos, podríamos intentar hacer contribuciones cualitativas que empujen a las revueltas en curso hacia una dirección radicalmente emancipadora, que las hagan golpear las estructuras fundamentales de la dominación moderna y de su reproducción, estructuras que se encuentran detrás de las filas de policías y las fachadas de los bancos. Subrayar el carácter imprevisible de la insurrección no significa por tanto pretender que caiga del cielo. Se trata precisamente de concretar que puede haber tensiones que indiquen posibilidades crecientes de revuelta, pero que no hay certeza en cuanto a saber si estas posibilidades se harán realidad. Al revés, puede haber contextos o conflictos que no dejan entrever ni un poco el próximo desencadenamiento de la revuelta y que por tanto hagan saltar chispas. La imprevisibilidad de la insurrección no debería tan siquiera ser un problema mayor para los anarquistas que se enfrentan continuamente con la autoridad, es un problema mayor para el Estado. Si analizamos las inversiones masivas que se han hecho a escala internacional en control y medios represivos, no parece que el Estado sea completamente inconsciente de este punto débil.
La insurrección es un juego de lazos inauditos y de actos imprevistos. No es una matemática en la que presencias numéricas aportan la respuesta definitiva. No es una cuestión de “solidaridad exterior” que aplaude a la revuelta del otro. Cada contexto y cada momento ofrecen posibilidades y oportunidades diferentes. Los anarquistas tienen que armarse de análisis, conocimientos y de medios para pasar a la ofensiva y atacar.
También tenemos que intentar aprender, tanto de nuestros análisis como de nuestras prácticas, de las experiencias insurreccionales. El tiempo de la dominación va cada vez más rápido y hace que se difumine la memoria de las revueltas. Las insurrecciones no son la revolución social y tampoco pueden considerarse como etapas en un desarrollo lineal hacia la revolución social. Son más bien momentos de ruptura en las que el tiempo y el espacio escapan de forma efímera a la influencia de la dominación.
Dada la acentuación de la represión – el hecho de que la autoridad esté siempre dispuesta a ahogar en sangre la insurrección de lxs oprimidxs- y la aparente confusión de motivaciones de numerosas personas durante momentos contemporáneos de revuelta, algunos reculan frente a la perspectiva insurreccional. Así y todo. Es precisamente la insurrección la que rompe la extinción del control y de la represión en un mundo en el que los exterminios masivos y la masacre organizada son ya rutina cotidiana del Estado y del Capital. Es precisamente la insurrección la que puede crear el espacio que permita traducir su rechazo y su revuelta en ideas más claras y afirmadas. El miedo del carácter imprevisible e incontrolable de la insurrección no se encuentra sólo del lado del orden, sino también del de los revolucionarios que buscan la salvación en la repetición de viejas recetas políticas: en vez de atacar por todos lados todo el tiempo, la construcción de un movimiento revolucionario unificado; en lugar de la insurrección, el desarrollo gradual de un “contra-Poder”; en lugar de la destrucción necesaria, la ilusión de un cambio progresivo de las mentalidades. Así vemos a anarquistas que retoman el rol de la izquierda moderada o a ex insurgentes que parten buscando certezas en elucubraciones sobre el “sujeto histórico del proletariado” o incluso se ponen a leer las obras de Lenin para encontrar recetas de una “revolución victoriosa”. Aun así, todas las recientes experiencias insurreccionales señalan la necesidad de encontrar otros caminos, caminos que se separen radical y definitivamente de toda visión “política” de la guerra social.
La perspectiva revolucionaria clásica de la autogestión está muerta. Ya va siendo hora de tomar nota definitivamente y acabar con los intentos de resucitarla bajo otros nombres y otras formas. Ninguna estructura del Capital o del Estado se puede retomar para servirse de ella de forma emancipadora; ninguna categoría social es por su esencia la portadora de un proyecto de transformación social; ninguna batalla defensiva se transformará en ofensiva revolucionaria. La paradoja contemporánea que tenemos que afrontar reside en constatar que, por un lado la insurrección necesita de un sueño de libertad que le dé oxígeno para perseverar y, por otro, su obra debe ser necesariamente destructiva para poder tener la esperanza de sobrevivir a la extinción y los enquistamientos. La insurrección es necesaria para desmontar el camino hacia la liberación individual y social; y son las vitaminas de la utopía las que empujan hacia horizontes inesperados para escapar de la prisión social. A partir de la confluencia entre la práctica insurreccional y las ideas de libertad, podrá nacer la perspectiva revolucionaria contemporánea.
El carácter destructivo de la insurrección lleva a la destrucción del edificio de la prisión social en el que vivimos todxs. Sería necesario estudiar y analizar donde se encuentran hoy esos muros, sus guardias y sus torres si las queremos golpear. La dominación moderna ha diseminado por todos lados estructuras que permiten la reproducción social. Pensad en las infraestructuras tecnológicas omnipresentes que no atan a todas y todos al papel de presos sin que las cadenas hayan sido visibles como tales. O cómo la acumulación capitalista se orienta fundamentalmente hacia la circulación. En Europa en todo caso, la explotación ya no se concentra como antes en los grandes bastiones, sino que se ha extendido y descentralizado envolviendo todos los aspectos de la vida. Las conexiones entre estos aspectos están aseguradas por los caminos, los cables, los oleoductos, las vías férreas, por conductos subterráneos que representan las venas de la dominación. Ciertamente no seremos los últimos en lanzar gritos de alegría si hay insurgentes que le prenden fuego al parlamento en cualquier parte del mundo, pero las contribuciones anarquistas a la guerra social consisten también, sin duda, en indicar y atacar de forma más precisa el cómo y dónde la autoridad se alimenta y se reproduce.
Pero la destrucción no es suficiente. El acto y el pensamiento deben ir de la mano. No se puede esperar arrasar los muros de la prisión social si ya no intentamos mirar más allá de su recinto, hacia horizontes desconocidos, aunque sea difícil. No se puede pensar libremente a la sombra de una capilla. Justo eso. Pero la capilla no es sólo un edificio, es la materialización de unas relaciones sociales e ideologías dominantes. Es en el deseo de lo que estas relaciones e ideologias no ofrecen, en lo que erradican del imaginario, en lo que suprimen incluso por ser posible, que nos encontraremos otra vez a acuchilladas con lo existente. No necesitamos el enésimo programa para planificar la transformación del mundo, no más experiencias alternativas que siembren las semillas de la anarquía del mañana. ¡No! Lo que nos hace falta es la proyección de nosotros-mismos en otro medio completamente, el de los sueños. Sólo dejando a nuestras espaldas el realismo, que reivindica una nueva capa de pintura para nuestras celdas, patios más grandes, más actividades… podremos esperar poder volver a soñar, a ponerle palabras a nuestros deseos, estas palabras indispensables para expresar y comunicar una perspectiva revolucionaria. El mundo deja entrever lo que se puede hacer, nosotros tenemos que hacer lo que no se puede hacer. Reconstruir la tensión ética anarquista frente a lo que nos rodea, la punta de lanza de nuestro combate por la libertad. No dejar degenerar al anti-autoritarismo en postura política, sino hacerla arder como a cualquier otra cosa que nos anima diariamente, algo que nos pone ebrios de deseos e incontrolables pensamientos y actos. Continuar a partir del individuo, a la individualidad autónoma capaz de reflexionar, soñar y actuar, por todos lados y siempre, tanto durante momentos de agitación social como de reacción sangrienta, contra los vientos y las mareas del conformismo y de las evaluaciones estratégicas. El corazón de un anarquista así de impetuoso es también el núcleo de futuras perspectivas revolucionarias.
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Ya no lo duda nadie. Tampoco el Estado. La Copa del Mundo de Brasil no se desarrollará sin problemas, así como que los proyectos de purificación social en los países del Amazonas se han encontrado una resistencia inesperada que ya no se dejará desarmar tan fácilmente. El gobierno brasileño se ha permitido anunciar que movilizará 160000 policías y militares para mantener el orden durante la gran-misa, reforzados por algunas decenas de miles de agentes de seguridad privada que se están formando en estos momentos por todo el mundo. Todos los Estados acentúan la propaganda de sus equipos nacionales y preparan la entrada masiva de turistas y de divisas extranjeras, es otro frente de la guerra capitalista. Nos están preparando para un homenaje planetario y para el aplastamiento de la revuelta.
La Copa del Mundo se materializa en una cantidad de terrenos que son tantos como pistas para posibles ataques. En los barrios de las metrópolis brasileñas, toma forma de depuración urbanística y militar realizada por empresas internacionales de construcción, despachos de arquitectos por todas partes y mastodontes de las tecnologías. Los emblemas nacionales inundarán las calles, los patrocinadores oficiales bombardearán el planeta entero con sus publicidades, los medias asegurarán emisiones en directo del espectáculo de la alienación. Las cajas fuertes y las consultorías se empujan a la puerta de las autoridades con sus modernos modelos de combate anti-insurreccional en las necrópolis mientras una estrella con apretadas mallas de tecnologías de la comunicación permite un control diversificado. La maquinaría de la Copa del Mundo se compone de innumerables rodamientos que están estrechamente ligados y que son interdependientes: a cada uno le toca, en todas partes del mundo, estudiar qué rodamientos son susceptibles de perturbar y paralizar la maquinaría.
«Não vai ter Copa». Numerosxs rebeldes se preparan en Brasil a transformar la Copa del Mundo en una pesadilla para el Estado y en antorcha de insurrección para los amantes de la libertad. Esta antorcha no tendrá que arder solamente en Río de Janeiro, Sao Paolo o Porto Alegre, aprovechemos la ocasión para iluminar por todas partes las tinieblas de la dominación.
Contra la gran-misa de la autoridad.
Por el ataque internacionalista y la insurrección.

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